¿Y si la tecnología nos ayudara a ser más humanos?*
En febrero se celebró la Jornada Mundial del Enfermo, instaurada por el Papa Juan Pablo II. Esta fecha nos recuerda la importancia de crear una red de apoyo, no sólo para los enfermos, sino para toda la sociedad. Al fin y al cabo, en algún momento todos hemos sido vulnerables, y hemos necesitado ayuda.
Cuando tenemos cerca a familiares o amigos, el peso de la fragilidad se hace más liviano. Pero, ¿qué ocurre con quienes no cuentan con ese apoyo? ¿Las personas que, por circunstancias de la vida, afrontan la enfermedad o el envejecimiento en soledad? A menudo, basta con mirar de cerca a quienes nos rodean: un vecino, el señor del café que frecuentamos o incluso un compañero de trabajo. Notar su ausencia puede ser el primer paso para actuar, averiguar si están bien y si podemos ayudarles de alguna manera.
El problema del aislamiento social es aún más profundo cuando pensamos en los miles de ancianos que pasan años en instituciones sin un abrazo, una palabra amistosa o la compañía de alguien en ocasiones especiales, que, para tantos, son sinónimo de reencuentros. Aquí es donde las iniciativas centradas en el envejecimiento activo y la solidaridad marcan la diferencia.
Recuerdo un proyecto inspirador que surgió de la necesidad de los universitarios de buscar vivienda en ciudades donde los costes eran prohibitivos. ¿La solución? Crear un programa para reunir a estos jóvenes con ancianos solitarios, proporcionándoles alojamiento a cambio de compañía. Lo que empezó como una respuesta práctica se ha convertido en un ejemplo inspirador de cómo distintas generaciones pueden unirse y apoyarse mutuamente, creando valor humano, compartiendo experiencias y reduciendo el aislamiento social.
Este es sólo uno de los muchos ejemplos, porque hay más. Pero si hay tantas iniciativas estupendas, ¿por qué no siempre llega la información a quienes más la necesitan?
Aquí es donde la tecnología puede ser una gran aliada. Las plataformas digitales pueden centralizar las necesidades, cruzar datos y encontrar soluciones personalizadas para cada caso, conectando a quienes necesitan apoyo con quienes pueden ofrecérselo. Durante la pandemia de COVID-19, la tecnología demostró su potencial: las consultas a distancia, la monitorización de síntomas y la comunicación entre pacientes y profesionales sanitarios han sido fundamentales para salvar vidas y hacer un seguimiento de los pacientes.
Sin embargo, la tecnología por sí sola no lo resuelve todo. Humanizar la asistencia significa reconocer que cada persona tiene una historia y unas necesidades únicas. La evolución tecnológica debe estar al servicio de la empatía, garantizando que el progreso no sustituya a los abrazos, el afecto o el contacto humano, sino que acerque a las personas y facilite el acceso a cuidados de apoyo.
Y aquí es donde seguimos fallando como sociedad. Hemos visto avances impresionantes en tecnología, ya sea IA o computación cuántica, pero no siempre la utilizamos estratégicamente. En lugar de reaccionar ante la enfermedad, podríamos centrarnos más en la prevención. Lo ideal sería que algún día ya no necesitáramos un Día Mundial del Enfermo, sino un Día Mundial de la Prevención de Enfermedades.
El cambio no se produce por sí solo. Al igual que muchas enfermedades pueden detectarse precozmente, la salud mental puede cuidarse antes del agotamiento, la nutrición puede prevenir enfermedades crónicas y el envejecimiento puede abordarse de forma preventiva, garantizando una mejor calidad de vida para todos. Necesitamos acciones concretas que integren a todos los sectores de la sociedad, promoviendo soluciones inclusivas, humanas y solidarias. Sólo entonces la tecnología será realmente un medio para hacernos más humanos.
*Este artículo fue publicado originalmente en Saúde Online.