Tenemos confianza, pero falta todo lo demás*
2025 no deja lugar a dudas: la IA no es sólo una revolución tecnológica, sino un fenómeno económico sin precedentes. La valoración de las inversiones ha alcanzado niveles históricos y ha canalizado recursos a una escala que ni siquiera Estados Unidos había visto antes. Nunca se había concentrado tanto capital, poder y ambición en un solo sector. OpenAI, Google, NVidia y Tesla lideran una carrera en la que las sumas en juego superan las de cualquier otra transformación industrial o digital. Mientras tanto, China, que acaba de entrar en el «Año de la Serpiente», está desafiando la supremacía estadounidense con modelos como DeepSeek-V2 y Qwen-2 de Alibaba, contribuyendo a redefinir una nueva dinámica mundial.
¿Y en Europa? Con una presidencia renovada en el Consejo de la UE y en el momento de la tan debatida «Brújula de la Competitividad», seguimos reflexionando sobre informes con cientos de páginas (Draghi o Letta) sobre cómo prohibimos, regulamos o certificamos. Pero, ¿qué pasa con la creación? Mientras diseccionamos a fondo el futuro de la economía europea, la teoría sigue corriendo por delante de la innovación, sin convertirse en realidad. Portugal, por su parte, sigue siendo rehén de las mismas vacilaciones que marcan el debate europeo, oscilando entre la necesidad de actuar y el miedo a asumir riesgos. O, como cantaba Jorge Palma en 1982, con «un pie en una galera y el otro en el fondo del mar».
Como cofundador y Director General de una empresa tecnológica portuguesa, sé que las PYME, que representan más del 99% del tejido empresarial europeo, son la base de la competitividad. Y esta competitividad no se construye con informes, sino con acciones. Innovar exige invertir con visión estratégica, asumir riesgos calculados y crear un ecosistema que permita a las empresas prosperar sin verse aplastadas por los gigantes internacionales. El verdadero reto no es sólo seguir el ritmo de la revolución tecnológica, sino garantizar que Portugal y Europa desempeñen un papel activo en liderarla.
Con esta visión lanzamos el primer Observatorio Internacional de Quidgest. Al reunir perspectivas de 35 países, hemos logrado una visión global de los retos y oportunidades de la IA como motor de la transformación digital. A partir de este análisis, quedó claro que el mundo ya confía en la tecnología portuguesa, pero falta todo lo demás.
Los datos son claros. El Observatorio revela que el 64% de los encuestados confía en las soluciones tecnológicas portuguesas. Sin embargo, esta confianza no se traduce en inversión: el 63% de las organizaciones destina menos del 10% de su presupuesto a tecnología portuguesa, y sólo el 2% invierte más del 75%. Esta brecha entre confianza e inversión se extiende a Europa: nuestras start-ups más prometedoras son absorbidas por multinacionales extranjeras, y nuestros mejores talentos se marchan en busca de reconocimiento académico y profesional en el extranjero. Creamos innovación, pero no captamos el valor que genera. Desarrollamos tecnología, pero no controlamos las plataformas donde se aplica.
La UE invierte unos 300.000 millones de euros al año en I+D, 270.000 millones menos que Estados Unidos, que invierte unos 600.000 millones. Este déficit pone en peligro nuestra independencia tecnológica y, con ella, nuestro futuro. En el contexto de la IA, la brecha entre conocimiento y aplicación se hace aún más evidente. Según el mismo Observatorio Quidgest, el 44% de los conocimientos sobre IA se concentra en los equipos informáticos, pero sólo el 28% de los empleados sabe cómo utilizarla operativamente. Además, solo el 18% de las empresas cuenta con agentes de transformación digital capaces de liderar proyectos estratégicos.
Si la IA puede ser un motor de productividad e innovación, ¿por qué sigue siendo un misterio para la mayoría de los equipos? Porque falta visión estratégica, inversión y, sobre todo, sentido de la urgencia. El reto no es la calidad de nuestra tecnología, sino lo que hacemos con ella. Europa se ha convertido en especialista en innovación en teoría, pero sigue enfrentándose a retos en su aplicación práctica. Mientras EE.UU. y China lideran el desarrollo de la IA y configuran el futuro, nosotros concentramos nuestros esfuerzos en la regulación y el debate ético, sin ser capaces aún de convertir el conocimiento en producción a escala.
Sin embargo, para quienes construyen aquí su futuro y contribuyen a su crecimiento, Europa es también el continente que valora la inclusión, la sostenibilidad y la calidad de vida. Somos pioneros en tecnología verde, ciudades inteligentes, energías renovables y protección de datos. Hemos creado redes de innovación abierta, universidades punteras y servicios públicos que garantizan la seguridad y los derechos de todos. Si tenemos todo esto, ¿por qué no podemos convertir esta base diferenciadora en un motor de competitividad global?
Portugal también tiene sus puntos fuertes. Somos un país con una capacidad de adaptación inigualable, de crear con pocos recursos, de conectar culturas y mercados. El mundo ya nos reconoce como anfitriones de la Web Summit, el país de CR7, José Saramago, Paula Rego o António Guterres – nombres que proyectan nuestra marca en ámbitos tan diversos como la tecnología, el deporte, la literatura, el arte o la diplomacia. Tenemos talento, una red de innovación cada vez más sólida y una ubicación estratégica única. Pero no basta con que el mundo reconozca nuestro potencial. Necesitamos convertirlo en crecimiento sostenible, en tecnología que creamos y controlamos, en empresas que no sólo sirven a los mercados, sino que los lideran, sin depender exclusivamente de subvenciones o apoyos externos, sino creando un ecosistema robusto capaz de generar valor por sí mismo.
Podemos ser algo más que buenos estudiantes de Europa: podemos dejar atrás las papeleras, convertir la confianza en acción y acabar con la pasividad de la estrofa de Jorge Palma: «Ay, Portugal, Portugal, mientras esperes, nadie podrá ayudarte».
*Este artículo se publicó originalmente en HiperSuper.